Siempre he sentido curiosidad por las bibliotecas, son el refugio de los
solitarios, el espacio de una casa donde te gustaría perderte, el único diseñado para reflexionar. Quizás también es donde mejor se mide quien es realmente esa persona, sus gustos, sus aficiones, si es un lector activo o es una biblioteca
heredada, si es pura decoración en forma de un salón más. Quizás también por eso me
fascina la figura de Montaigne y su torre, su infinita curiosidad y el embrujo
que todavía causan sus reflexiones. Sus vigas pintadas de citas latinas.
La foto de arriba es del Chateau de Groussay, de la biblioteca de Carlos
Beistegui. Otro solitario, personaje extremadamente curioso del siglo XX que
aunque dio las mejores fiestas vivió y murió completamente sólo.
Vilallonga lo maltrata tanto en sus memorias como en algún artículo de La
Vanguardia:
"En 1939 Beistegui adquirió
Groussay, en Montfort-L’Amaury, y estuvo amueblándolo y redecorándolo hasta el
día de su muerte. “El dinero da lustre a la mediocridad”, ha escrito Oscar
Wilde. Como otros grandes rastacueros de su época —Arturo López Willshaw, el
rey chileno del guano, y Antenor Patiño, que vivía del sudor de sus mineros—,
Beistegui pretendía recrear a su alrededor todo lo que envidiaba a los que
habían nacido con un pasado cargado de nobles ancestros. Es cierto que poseía magníficos muebles,
pero casi todos eran copias de los originales que, por hallarse en museos o
palacios reales, no le había sido posible adquirir. Cuando puso en venta el
palacio Labia con todo su contenido, en Venecia, resultó que, salvo los frescos
pintados por Tiepolo, todo el resto era falso. Todo magnífico, todo precioso,
pero todo falso.”
Personalmente me habría encantado conocer esa biblioteca, desgraciadamente se subastó todo en 1999...