Etiquetas

Purismo (36) Poesía (33) 5 Navajos (27) Malditismo (21) Historia (19) Literatura (11) Estoril (10) Libros (9) Politica (8) Dandismo (7) Naturaleza (6) Guermantes (4) Madrid (3) Cuba Libre (2) Bibliotecas (1) Musica (1) Teatro (1)

viernes, 24 de diciembre de 2010

Nochebuena

Que difícil decir algo nuevo cuando tantas cosas se han escrito ya. Que difícil una Nochebuena que siempre te invita a reflexionar. A quedarte parado y pensar si este año que muere hiciste lo que tenias que hacer, recuento de balas y cadáveres. Quizás sea la noche de las cicatrices. Cuando un frio húmedo hace que te duela esa vieja herida.

Una noche de perspectiva, de reencuentros inesperados, en que pones cada cosa en valor. A todo eso te empuja la Nochebuena.
Esperanza, esa debería de ser la primera lección. Si quieres es el nacimiento de Dios, si no es el solsticio de invierno, sea como sea solo te queda mejorar, los días serán más largos y todo va hacia adelante. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar.

Estamos hechos de tiempo, es lo único que rige nuestros destinos. Tiempo que se ha ido y tiempo que vendrá. Y nosotros solo podemos contar con el presente. Lo demás es jugar a semidioses.

Feliz Navidad a todos, ha sido un gran placer compartir este año con vosotros.

Por lo vivido, por lo que queda por vivir.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Noche de Diciembre

Aquí en un club de mala muerte, o de muerte lenta. En que toda mi oficina toma copas, viejos verdes en busca de carne fresca, nosotros no somos capaces de hacerles frente. No tengo interés en follarme a esa secretaria que lleva a tiro toda la noche. Sé que debería, ¡me apuntaría una historia que pondría contar mañana! Pero no siempre puede ser así.

La noche sigue, con voces entrecortadas por la música mientras las caderas intentan seguir un ritmo.

Ahí estoy, que salgo que entro, escondiendo parte de mi para poder enseñar esa otra que funciona. Convertirme en la roca que debo ser.

Perdiéndome en la soledad a la que te has condenado, entre niñatas de Chamberí y pijas de provincias. Dándote asco todo lo que ves porque ya no crees en que queden princesas, mientras todos nos ahogamos en un vaso de ginebra....

Y ver ese mercado de gente, con rubias que buscan meterse mano, con gente que busca mañana no acordarse, sin nada que merezca la pena, un folleteo tonto de última hora de madrugada. Y tú te preguntas porque no perteneces a ese mundo de inmortales, porque no eres capaz de follarte a esa rusa, porque no sacas la vena golfa, esa que te ataca en el mes de junio, porque tienes que ser pura nostalgia en la noche de diciembre.

Y te llamas imbécil por guardar distancias a tías que jamás te guardaron más de lo que uno tarda en pedir otra copa...

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Paracaidas

Ego. Dis Berlin 2010.

Un paracaídas a tiempo. Sin saber si debía de saltar todavía o aquello tenía arreglo. Sin ser consciente de todo, pero siendo consciente de que estoy en el aire, con demasiadas sensaciones aún pegadas al cuerpo como para saber si era verdad lo que pasaba o era una gran mentira.

Imagino que como siempre que alguien salta sin estrellarse te planteas hasta que punto no podías haber aguantado mas, haber hecho una última intentona. El momento del salto es cuando más vértigo tienes, todo al mundo alrededor te pide que no lo dudes, que nada más tienes que hacer ahí. Que todo se fue y que todo está completamente acabado. Que ella no tiene ninguna intención de arreglarlo, que está jugando contigo. Así que saltas, pero al no estrellarte y morir en el intento te estás condenando a nunca saber si lo podrías haber arreglado.

Pero la emoción va pasando, aún con sus debidas cicatrices, te preguntas por el ahora, por el mañana, aunque tengas pegado demasiado cerca el pasado. Sabes que volverás a ver amanecidas y que todo volverá a cobrar sentido, a la normalidad de los días sin fecha. Pero tú piensas que ella te dio un no porque la llamaste a que te lo diese, que ella vivía en el no lo sé, en el ahora no, en un mar de dudas.

Ya más cerca del suelo, ves deslumbrar una cabaña cerca de donde vas a aterrizar, la brisa de la tarde acaricia tu cara y comprendes que no te queda más que seguir camino, que no es sino otra raya más para un tigre.

Si alguna vez no hubieses existido

Si alguna vez no hubieses existido,
si el calor de tus muslos no me hubiese
buscado como un látigo preciso
y mis ambigüedades electivas
-los días más oscuros de mí mismo-
no te hubiesen tenido como saldo
de afirmación o excusa,
es posible
que este volver a casa en soledad
y demasiado pronto,
me recordase ahora un poco menos
al joven que apostaba por el mundo,
con el mundo a su espalda.

Sólo el amor es duro.
Metidos en la noche, regresando
entre la potestad y la mentira,
hablamos del poder o de los sueños
al hablar del abrazo.
Y no lo sé tal vez, no sé si me recuerdo
prisionero de un cuerpo o libre junto a él,
buscando salvación o en servidumbre,
miserable y maldito, pero atónito.

Quizás sólo se trata de que no estás aquí,
de que perder es duro para todos
y el amor me hace falta, como sabes.
Quizás contigo estuve
tan demasiado cerca de tu reino,
que necesito ahora desmentirte,
utilizar los trucos que uno tiene
para poder seguir.

Porque somos así seguramente,
huellas equivocadas,
solitarias hogueras de un camino,
paraísos de cuatro habitaciones
que sólo se comprenden
después de haber firmado muchas veces,
precisamente ahí,
donde pone El viajero.

Y a mí, ya que prefiero escoger mis derrotas,
quiero que me recuerdes derrotado,
como quien algo espera
más allá de los tiempos y los hechos.
Quizás porque haga falta haberlo presagiado
o porque, en todo caso, nadie sabe
dónde acaban los sueños.
Luis Garcia Montero, Diario Cómplice (1988)

martes, 14 de diciembre de 2010

Nieva en Londres

Nieva en L., de lado, todo el día nevando, de repente las calles se parecían más a un poblachón que a una capital de algo. Tengo la moto rota y a la vuelta andando pensaba en la última vez que vi la nieve, creo que era recién pasado reyes. Recuerdo que era domingo porque estábamos solos en esa buhardilla, empezó a hacer frio hasta que llego un momento en que el mismo aire acondicionado no calentaba. Sin calefactores, no me lo recuerdes más veces. Al llegar tuvimos que pasar por los chinos a que te compraras regalices gigantes, y yo una litrona con algo de pasta.

Era de noche muy cerrada cuando nos fuimos y la terraza tenía una cuarta de nieve, esa noche creo que fue la que vimos El Cónsul de Sodoma, triste película para tanto personaje. O quizás superponga noches porque ahí siempre hacía demasiado frio. Qué difícil es dotar de profundidad al cine. Me hubiese encantado conocer a Gil de B, leí el otro día en un libro de Sabina que su suegro era muy amigo, que siempre había estado enamorado de él. No sé lo qué pensaría GB de Sabina, si es más letrista que poeta. Yo mirando por esta ventana pienso con nostalgia en la última vez que vi nevar, porque si que estoy seguro que era en otro barrio que parece un poblachon aunque también este perdido dentro de una capital.

domingo, 12 de diciembre de 2010

sábado, 4 de diciembre de 2010

Gatsby

Y mientras me hallaba allí, reflexionando sobre el viejo y desconocido mundo, pensé en el asombro de Gatsby al advertir, por vez primera, la luz verde al final del malecón de Daisy. Había recorrido un largo camino para llegar a este verde césped, y su sueño debió parecerle tan próximo que no le sería imposible lograrlo… No sabía ya que estaba detrás de él… en alguna parte de aquella vasta oscuridad, más allá de la ciudad, donde los oscuros campos se desplegaban bajo las sombras de la noche.
Gatsby creía en la luz verde, el orgiástico futuro que, año tras año, aparece ante nosotros… Nos esquiva, pero no importa; mañana correremos más de prisa, abriremos los brazos, y… un buen día…
Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado.

Gatsby nunca se resignó, podía haberse retirado, podía haber encontrado algo diferente, pero él persistió, sabía lo que necesitaba y lo intento conseguir hasta el final. Su historia es triste, de amores perdidos y trenes que se fueron, lo tuvo en la mano y no lo consiguió. No era un llorón, era un ganador con las cosas demasiado claras, un solitario que poseía demasiadas cosas salvo la que de verdad necesitaba. Hay gente que no ve en él y en su mundo sino una recreación del dinero, del nuevo contra el viejo en los años veinte. Hay mucho mas ahí, existe la idea del destino, de amores imposibles y espinas clavadas, de esa figura de la que tanto se abusa de que un hombre no termina de serlo hasta que pierde al amor de su vida, de segundas oportunidades. Existe la idea de poder borrar un pasado, de reconvertirte en un hombre mejor.

Scott Fitzgerald siempre estuvo bajo la influencia de Zelda, ella fue la que le permitió acceder a un mundo que luego representa en la novela. Scott Fitzgerald vivió y murió por Zelda, intentaron pasarlo bien y seguir siempre bailando. Es una historia triste que en parte acaba mal. Toda la generación perdida estuvo bajo la influencia de sus musas, Hemingway por ejemplo no habría llegado nunca a España sin ellas.

Gatsby es el final de un sueño también. En Europa el fin de ciclo fue la primera guerra mundial, los últimos unicornios que murieron en las trincheras. En América fue la gran depresión el inicio del fin del sueño americano, y el gran Gatsby es la imagen perfecta de esa época, ese cuadro que representa tan bien la banalidad que te permite vivir una época de paz y tranquilidad. Algo demasiado parecido a nuestra juventud.

Y tiene que ver con nosotros, con alguien que llega tarde, transformado en otra persona, consciente de lo que tiene que hacer, expectante al otro lado de un lago, de saltos mortales y apuestas personales. Claro que no hay margaritas, ni risas en un local con murales de Mario Bros y David Bowie de fondo, ni un vestido blanco a rayas que estas estrenando. Ni un paseo en moto por Londres en que redescubres la inocencia de las pequeñas cosas. En que hay promesas entre risas más serias que un notario. Todo eso es nuestra intrahistoria, la de dos mortales que se buscan y se encuentran, que se equivocan y que aciertan. Que se arrepienten y perdonan. Que caminan en círculos sin que les importe lo que piensen de ellos.

Tiene que ver con una noche en Londres tan divertida que me parece un sueño, como no habíamos tenido nunca otra, quizás porque llegados a este punto sólo nos queda ser nosotros mismos, que me reconfirma que estoy en lo correcto, tan inesperada como única.

Todo esto es lo que me gustaría contarte al oído con la luz apagada mientras me enredo con tu pelo. O paseando por Londres un domingo de madrugada, sin nadie en la calle, a bajo cero.