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miércoles, 25 de diciembre de 2013
2013 o el año de Sisifo
lunes, 9 de diciembre de 2013
Fiesta - The sun also rises
Fuimos en taxi hasta el Palace Hotel, dejamos las
maletas, hicimos que nos reservaran dos literas en el Sud Express de la noche y
entramos en el bar a tomar un cóctel. Nos sentamos en los altos taburetes que
había junto a la barra, mientras el barman agitaba los martinis en una gran
coctelera niquelada.
—Es curioso observar la maravillosa cortesía que uno
encuentra en el bar de los grandes hoteles —observé.
—Los barmen y los jockeys son las únicas personas que
siguen siendo educadas hoy en día.
—Por vulgar que sea un hotel, el bar es siempre un
sitio agradable.
—Es extraño.
—Los barmen han sido siempre amables.
—¿Sabes una cosa? —dijo Brett—. Es completamente
cierto. Sólo tiene diecinueve años. ¿No te parece asombroso?
Hicimos chocar las copas, que estaban colocadas encima
del mostrador, una junto a otra. El frío las había llenado de gotitas de agua.
Al otro lado de la ventana con cortinas estaba el
bochorno estival de Madrid. —Me gusta el martini con una aceituna dentro —dije
al barman. —Tiene usted razón, señor. Ahí tiene. —Gracias.
—Tendría que habérselo preguntado, ¿sabes?
El barman se alejó lo bastante para no oír nuestra
conversación. Brett tomó un sorbo de martini sin alzar la copa del mostrador.
Luego la cogió. Después del primer sorbo, su mano tenía la firmeza suficiente
para levantarla.
—¡Qué rico está! ¿Verdad que es un bar simpático?
—Todos los bares lo son.
—Al principio no me lo creía, fíjate tú. Nació en
1905. Por aquel entonces yo estudiaba en París. Imagínate eso.
—¿Quieres que me imagine algo en concreto?
—No seas imbécil. ¿Quieres pagar una copa a una dama?
—Tomaremos otros dos martinis.
—¿Cómo los que acaban de tomar, señor?
—Estaban muy buenos —dijo Brett dirigiéndole una
sonrisa.
—Gracias, señora.
—Bueno, ¡chin-chin! - dijo Brett.
—¡Chin-chin!
—¿Sabes una cosa? -dijo Brett-. Antes de mí, sólo
había estado con dos mujeres. No se ha preocupado nunca de nada más que de
torear.
—Tiene mucho tiempo por delante.
—No sé... Él cree que había de ser conmigo
precisamente. No le interesan las aventuras en general.
Jake?
—Está bien, pues; eras tú. -Sí. Era yo... -Creí que no
volverías a hablar de eso. —¿Cómo puedo evitarlo? —Si lo cuentas, lo vas a
perder. -Sólo lo cuento muy por encima. ¿Sabes que noto una gran sensación de
bienestar,
—No es para menos.
—Una se siente considerablemente bien al decidir no
convertirse en una fulana, ¿comprendes?
—Sí.
—Es algo así como un sucedáneo de Dios para quienes no
lo tenemos.
—Hay gente que tiene a Dios —dije—. Y mucha.
—Pues conmigo nunca se han portado muy bien.
—¿Tomamos otro martini?
El barman agitó en la coctelera otros dos martinis y
los vertió en dos copas limpias.
—¿Adonde vamos a ir a comer? —pregunté a Brett.
Se estaba fresco en el bar. A través de la ventana se
notaba el bochorno exterior.
—¿Aquí? —preguntó Brett.
—Aquí en el hotel la comida es un asco. ¿Conoce usted
un sitio que se llama casa Botín? —pregunté al barman.
—Sí, señor. ¿Quiere que le apunte la dirección?
—Gracias.
Comimos en casa Botín, en la sala de arriba. Es uno de
los mejores restaurantes del mundo. Comimos lechón asado y bebimos Rioja alta.
Brett no tomó gran cosa. Yo me di un atracón y bebí tres botellas de Rioja
alta.
—¿Cómo te sientes, Jake? —preguntó Brett—. ¡Dios mío,
cuánto has comido! —Me siento estupendamente. ¿Quieres algo para el postre?
—¡Oh, no, Señor!
Brett fumaba.
—Te gusta comer, ¿verdad? —preguntó.
—Sí —contesté—. Hay muchas cosas que me gusta hacer.
—¿Cuáles?
—Oh, muchas —dije—. ¿No quieres postre?
—Ya me lo has preguntado una vez.
—Sí, es verdad —dije—. Tomemos otra botella de Rioja
alta.
—Es muy bueno.
—Pues tú no has bebido mucho —dije.
—Sí que he bebido. No te has fijado.
—Tomemos dos botellas más —propuse.
Trajeron las botellas. Vertí un poco de vino en mi
vaso, llené el de Brett y al final acabé de llenarme el mío. Chocamos los vasos
para brindar.
—¡A tu salud! —dijo Brett.
Vacié el vaso y me lo volví a llenar. Brett me puso la
mano en el brazo.
—No te emborraches, Jake —dijo—. No tienes por qué
hacerlo.
—¡Tú que sabes!
—No lo hagas —dijo—. Todo saldrá bien.
—No estoy emborrachándome —dije—. Estoy bebiendo un
poco de vino, eso es todo. Me gusta beber vino.
—No te emborraches —dijo—. Jake, no te emborraches.
—¿Quieres que demos un paseo en coche? —propuse—.
¿Quieres que demos un paseo por la ciudad?
—Magnífico —dijo Brett—. No he visto Madrid. Y tendría
que verlo.
—Voy a terminarme esto.
Bajamos, atravesamos el comedor de la planta baja y
salimos a la calle. Un camarero fue a buscar un taxi. Hacía un día caluroso y
radiante. Calle arriba, en una plazoleta con árboles y césped, había taxis
aparcados. Uno de ellos se acercó, con el camarero colgado del estribo. Le di
una propina, dije al chofer dónde tenía que ir y me metí dentro, junto a Brett.
El chofer se puso en marcha. Me recosté en el asiento. Brett se acercó a mí y
permanecimos así, muy juntos. La rodeé con el brazo y ella se recostó
cómodamente contra mí. Hacía un día muy caluroso y brillante y la blancura de
las casas hacía daño a la vista. Doblamos hacia la Gran Vía.
—¡Oh, Jake! —dijo Brett—, ¡qué bien lo hubiéramos
podido pasar juntos!
Ante nosotros, un policía a caballo, vestido de caqui,
regulaba el tráfico. El coche disminuyó repentinamente de velocidad, impeliendo
a Brett contra mí.
—Sí —dije—. ¿Verdad que resulta agradable
imaginárselo?
Fiesta - The Sun also
rises by Ernest Hemingway
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