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martes, 9 de marzo de 2010

Donde acaban los sueños

Otra vez pillándome los dedos, otro día triste por una muchacha que se marcho, que ya no está en mi vida. Una niña quien fui yo quien saque, porque no me quería enroscar, no quería volverme a enganchar para volver a pasarlo mal. Preferí ser yo el que abandonase aquello antes de estar en sus manos.

Y ella voló, libre, y yo estoy triste por ello. Me vuelvo a encontrar solo en el mundo. Y cada vez odio más la soledad, el hombre no está hecha para ella. Pero yo tengo que ser menos egoísta en mi vida. Creo que esta vez me he dado cuenta de que solo el amor y la compañía me hacen ser yo mismo. Que todo lo que no sea eso me hace fallar como persona.

Pero no solo me entristece eso, sino lo corto de su recuerdo. Alguien a quien en mi despedida me juraba que era mía, que me esperaría. Yo nunca fui partidario de jurar amor eterno, la palabra es presente y automáticamente pasado, aunque el pasado sea lo único que poseemos. Esclaviza el recuerdo, aunque no quieras creerlo lo tomas, pero por ello mismo no podemos prometerlo. Ahí es donde está el desengaño.

A los ocho días era una llamada desde el paraíso, borracha, insultándome por haber abandonado el barco, yo hasta entonces estaba tranquilo, sufría y la echaba de menos en silencio. Por que hay que ser partidario de exteriorizarlo todo, por que? Prefiero lo que dicen los silencios que lo que puede decir una palabra. Prefiero un amanecer desnudos en silencio sin que lo rompa un te quiero. Había mucho reproche oculto en la llamada, mucha acusación. Por un día pensé en modificar la carta que tenia escrita, por un momento lo pensé. Pero no, su figura lo que me transmitía era paz, ganas de estar bien conmigo mismo, había vuelto a creer en mi tiempo después. La carta termino con un poema de Garcia Montero, como no. Como me gustaría tener su facilidad para expresar esos sentimientos

Y a mí, ya que prefiero escoger mis derrotas,
quiero que me recuerdes derrotado,
como quien algo espera
más allá de los tiempos y los hechos.

Quizás porque haga falta haberlo presagiado
o porque, en todo caso, nadie sabe
dónde acaban los sueños.

Cuando releí la carta no termine de verle el sentido con el poema, pero era como me sentía ese día. Londres, ciudad solitaria, yo sentado en la mesa y terminando de redactar esa carta. Pero no tardo mucho en buscar a otro, ese mismo fin de semana, el de la llamada, era en el que ella volaba libre. Y mi sensación de tristeza esta vez es más que por lo que deje escapar es porque si algo se olvida tan rápido, es porque nunca existió. Y porque las cartas en papel se contestan con papel. Y porque ya no quedan románticos.

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