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lunes, 30 de mayo de 2011

El viejo Madrid

Palacio del duque de Medinaceli (derruido) en su  solar se levantó el hotel Palace
Una calle estrecha. Al fondo hay un viejo portal. De la fachada asoma un cartel que pone Posada Asturias. Es un cartel blanco con las letras azules. Los bajos de la casa tienen un par de locales comerciales. Uno de ellos es un chino. Han roto la línea de la fachada en los locales, no la han respetado, aunque seguramente fue por una reforma anterior. Creo recordar que en ese local antes hubo una tienda de venta al por mayor. Sigo camino hasta que rompo en la plaza del Ángel. De camino me he cruzado con un grupo de turistas americanos, se dejan seducir por el buen tiempo y deambulan por el viejo Madrid con paso sosegado.

¿Qué es el viejo Madrid? No lo sé, es un espacio relativamente pequeño, el que va desde Oriente a los Jerónimos. Es un centro relativamente moderno y a la vez antiguo, moderno porque Madrid data de finales del XVI siendo lo anterior casi inexistente y antiguo porque todavía se conservan multitud de edificios de esa época frente a ciudades en que son todo XIX.


Madrid ha pasado multitud de etapas, vio como se heredaba y descubría un imperio y como se iba poco a poco perdiendo, como se enfrentaban entre sí hermanos fratricidas, hasta que en los últimos 50 años empieza a decaer, a un ritmo fijo, se va degradando, se va yendo gente y es remplazada, las casas se van partiendo y deshaciendo. Se le mete la piqueta a gran parte de su historia, la gran mayoría de Conventos y Palacios ya no existen. Luego es arrasada por la movida hasta que llega un momento en que la situación es insostenible, los alcaldes redescubren ese centro y empiezan la famosa rehabilitación y a hacer bandera de ello.

¿Por qué se abandona el centro? Hay multitud de respuestas, todas cruzadas, el centro es en parte la historia de 50 familias que llevan la historia de España, de ruinas, testamentos, matrimonios, los jesuitas o las monjas de la esquina, una familia de diez hermanos, un padre que era militar... Es la intrahistoria de cada edificio la que va haciendo que se vaya degradando, son las modas, el desarrollismo, una España paupérrima en que nada mejor que poder estrenar un piso en Paseo de La Habana antes que mantener la casa de la abuela en la parte vieja. Son mil causas y una sola, se pasa de moda.

Y es difícil, porque el estado no puede cambiar esa tendencia histórica, la gracia del centro es la mezcla de lo bueno con lo malo, de un viejo caserón que enfrente tiene una mala casa de pisos. Porque entonces no se molestaban, pero una vez que se deja caer ya no tiene arreglo.

Claro que hay nostálgicos, algún decorador que se anima por la belleza de una fachada y se lanza a restaurarla, algún vieja guardia que resiste el paso del tiempo en algún caserón. Pero la tendencia es algo contra lo que no se puede luchar. El centro se parece cada vez más a ese viejo museo que nos enorgullece de que exista pero qué sólo visitamos una vez a la década casi por obligación. Un centro lleno de gente de fuera que le gusta pasear para tomar una copa pero en que nadie quiere implicarse en la restauración.

Por otro lado el dinero invertido de las instituciones se basa en la partición y reforma de casas, en la construcción de hoteles, en ir levantando cada cuatro años el suelo para cambiar las aceras, como si eso fuese a hacer que aquello reverdeciese. Hay mucho del espíritu español en todo eso, del poco arraigo de las tradiciones, la calle del Prado era la calle de los anticuarios en Madrid, los había buenos y malos, se fueron yendo en los 90 hasta casi no quedar ninguno hoy. Algo así es impensable en Londres donde se hubiera hecho lo posible mediante ayudas para preservar algo tan particular. En su lugar se han abierto bares de copas y restaurantes, algo que ya sobraba en la zona.

Palacio del conde de Tepa (arteenmadrid.wordpress.com)
Cada edificio, como decía antes, tiene su intrahistoria, pero las restauraciones son sesgadas, el último ejemplo de ello es el caserón de Tepa, seguramente uno de los más bonitos que quedaban en Madrid de finales del XVII, con tres pasos de carruajes y con fachada a la Iglesia de San Sebastian. Ha estado por lo menos diez años abandonado y hace poco lo ha reinaugurado NH. No hace falta entrar para darse cuenta del mal gusto del mismo, de la aberración de los espacios, de los materiales, nada más lejos de lo que la arquitectura y el espíritu del edificio era. Y lo impresionante es que se siga haciendo a día de hoy, que nadie haya aprendido nada en los últimos treinta años. Tantas carencias en tan poco espacio.

Pero nadie tiene en cuenta a la gente que vive en el centro, hay edificios cuidados por sus particulares, que llevan sin cambiar absolutamente nada desde hace más de setenta años, son las pocas pruebas de un Madrid que acabará desapareciendo, y alguien podría preguntarles en qué forma, en que pequeños detalles podrían ayudar a la restauración de ese mismo centro. Aunque sólo fuese como el espejo en que basar las demás reformas. Son ellos a los que las políticas activas deberían de cuidar, son ellos los que mantienen como estandarte y a veces como una lucha contra el tiempo artesonados y casas originales. Cada vez menos, acosados por una subespeculación, por hoteles recién estrenados y por políticas que hacen que sea incomodo habitarlo, sin darse cuenta de que cada vez que uno de ellos abandona el centro es algo irreversible.

Con administraciones que deberían de no dejar partir pisos, que deberían de hacer respetar el carácter del edificio, que no deberían de pensar que el centro es ese sitio donde los jóvenes pueden vivir unos años hasta que la vida les permita comprarse algo en un barrio del extrarradio con jardín. En que debería de ayudarse e implicarse con las restauraciones, premiando la vuelta a lo original sobre lo artificial, teniendo en cuenta que cada paso en una dirección se tarda mucho tiempo en ser recuperado. Qué no es ese sitio en que a un arquitecto se le permite innovar y ser transgresor, que llega 40 años tarde.

Todo unido con lo poco refinado de los madrileños, pequeño burgueses de espiritú aunque tengan siete apellidos, muy poco ilustrados, cero excéntricos y donde destacar o la mínima ostentación es vista como pretensión, en última instancia incapaz de implicarse en la restauración de ese centro. Muy de cortijos sin encalar y casas en Sotogrande. Incapaces de apreciar el valor de una crujía, de un artesonado, de la altura de un techo, de un patio, de la vista que te da un tejado. Es la misma gente que luego va a Italia o a París y vuelve admirada por lo que han visto y que rápidamente opinan que Madrid es poca cosa. Así nos va.

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